jueves, 15 de agosto de 2013

LA JAROCHA
para todas las que ostentan ese orgullo.
Le pregunté con inocencia de niño, porqué era prostituta, porqué la gente se expresaba de ella de ese modo, porqué la miraban a hurtadillas, porqué se vestía de mil colores y porqué caminaba luciendo sus caderas?
Porque me gusta!, me respondió. Luego entendí lo poco que le importaba lo que decían de ella.
Todas las tardes, antes de cruzar el puente para acudir a la escuela, pasaba por su casa, por la que creía su casa, estaba a orillas del río, le llamaban burdel y no entendía ese nombre. Por fuera se llamaba "Las Brisas",  por dentro, era un gran salón y demasiadas camas.
Por ese tiempo debí saber que las prostitutas viven en una inmensa soledad llena de cuartos, de luces de colores, que ni todos los hombres alcanzan a llenar esos espacios. Que por las noches se quedan solas, oliendo a todos, con cierta nausea y un gran vacío. Que viven juntas y solidarias se muestran frías, siempre lejanas, imperturbables. Que se enamoran y no lo dicen. Que duran poco, que se conforman, y muchas veces se mueren tristes.
Jamás conocí a otra con la sinceridad de aquella, con su bondad, con esa inmensa ternura que la hizo organizarse para cuidarme niño. Ni con la generosidad, de cuando con un grupo de amigos nos atrevimos a pedirle descuento por no tener para cubrir la cuota. Se nos quedó mirando, nos preguntó si todos, le dijimos que todos, dijo que uno por uno y el descuento fue todo el pago.
Un día se fue, me dijeron las otras: Yo crecí y me marché para seguir creciendo, nunca más supe de ella, de aquella prostituta-buena gente-mujer,  que me enseñó el camino bello y limpio del amor, de aquel que no se compra del que menos se vende, de ese que cuando lo sientes, cuando llega y te gusta, lo dignifica todo!
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