miércoles, 4 de enero de 2012

CENTRAL PARK


Las nalguitas de aquella esbelta corredora negra en Central Park, las conocía de memoria. Y las apreciaba. Durante meses, quizás años, ella caminó, trotó y corrió delante de mi. Ni muy lejana ni muy cerca. Justo en donde la perspectiva de la distancia me permitía admirarla, acariciarla con la vista y memorizarla. 
Cada vez, ya fuera en la mañana o por la tarde, cuando yo comenzaba a caminar, a las pocas vueltas, ella se aparecía detrás de mi y luego de rebasarme dos o tres veces durante el recorrido, se colocaba en mi camino, exactamente al frente y a la distancia que ya he referido.
Nunca supe si esto era para provocarme o para animarme a acelerar el paso.  Pienso que a ella eso no le importaba. Yo, imposibilitado para imprimir velocidad a mis años o para intentar trotar o correr y alcanzarla, me conformé siempre, con seguirla, mirarla y admirarla.
Cada semana y cada día era lo mismo. Sólo cambiaba a veces, el color de su diminuto pantaloncillo corto, o el descote que únicamente le conocía de espaldas. Yo centraba enseguida mi atención en esa parte de su cuerpo. Era como si le hubieran modelado sus músculos y cada una de sus mitades brincara con el ritmo acompasado de mi latir. Y ya no me imaginaba más. Me gustaba pensar que al día siguiente, la volvería a llevar delante de mi como un impulso vital, para nunca dejar de ir a mi encuentro con ella.
De pronto, un día, no volvió a aparecer. Durante varias semanas mientras yo caminaba, incluso iba volteando por si la veía llegar. Nada. Nunca nada. Entonces pensé que quizás estaba enferma. Que se habría lastimado y que no podría correr. Pues que únicamente camine, me decía. Para mi, comenzó a no tener mucho interés en acudir cada vez tan frecuente. Entonces comencé a espaciar mis días. Ahora ya cada tres… ahora sólo en las tardes…
Y sorpresa, cuando ya no esperaba nada de mi suerte y ni siquiera estaba convencido de que ella era mi estimulo en la vida.  Zummm,  que pasa alguien corriendo al ritmo de su risa. Enseguida, voltee para mirar su cara pero no la reconocí, ya que nunca la vi de frente ni a los ojos. Rápidamente, llegó a la perspectiva acostumbrada y yo bajé la vista emocionado. Sin embargo, no se detuvo en el lugar de siempre. Era ella de nuevo, la había reconocido, no me había olvidado de ninguna redondez de su figura.  Pero ahora,  no se había detenido!
Algo pasaba.  Allí, junto a ella, cerca de ella,  un poco más arriba y con mayor vigor: las nalgas musculosas, fuertes,  de un atleta más alto, más fornido y también con mayor condición que yo. Le había puesto la mano en su glúteo y trotaban a un paso cada vez  más veloz.
Ya no se detuvieron, ya no pude admirar, ni recordar. En la distancia los miré con tristeza, como trotaban juntos de la mano y se perdían en el bosque al lado del camino. Pasaron bajo el puente y no los volví a ver.
Ella encontró con quien poder correr por el camino de la vida,  y yo, nunca volví  jamás a caminar por Central Park!
New York,  año 2000 o Ciudad de México, octubre 13 de 2009.

2 comentarios:

  1. Una prosa bella mi querido profesor. Saludos

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  2. Hermosa historia,tengo bellos recuerdos de Central Park. Siempre el mismo, siempre diferente, siempre el corazón de Manhattan. Me llevaste de regreso a New York de todos los barrios, toda la cultura, mosaico de nacionalidades, cuna de las grandes experiencias.

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