miércoles, 4 de enero de 2012

NALGA DE BOLA


Aissatou, tenía como decimos en el trópico nalga de bola.  Era negra y quizás por eso en su medio, no era muy llamativo su atractivo, pero en el barrio de Londres donde la conocí y donde viven pocos ingleses y muchos hindús, era la sensación.

Enfundada en blancos pantalones y con un suéter que no cubría ni el frío ni su volumen, caminaba orgullosa sintiéndose observada por los unos y por otros que volteábamos, a veces no tan discretamente a saborearla.

Un dia, me la encontré de frente. Dije ser extranjero y mencioné ser escritor. Le conté estar en Londres tratando de integrar una nueva antología de textos que llamé olvidados. Se interesó  en saber si escribía poesía ya que ella en algún tiempo había hecho algunos ejercicios y le pareció oportuno que yo los leyera y le diera una opinión.

Nunca había publicado, pero estaba poseída de ese miedo que acomete a quien alguna vez escribe por vez primera y  no sabe nunca si lo que hace podrá valer la pena o habría que abandonarlo en el olvido. Le conté de mis primeros intentos, de mis iguales temores y de cómo aprendí que siempre hay alguien, al menos uno, que comparte tu forma de pensar y al que le gusta tu manera de escribir.

Cuando nos dimos cuenta, caminando y hablando, ya estábamos a la entrada de su casa. Enfrente había un pequeño bosque, yo le sugerí un paseo y ella me invitó a pasar. Me ofreció: a tomar un café o el tradicional té inglés. Opte por lo segundo, era el atardecer y ya era fresco el viento de la tarde.

Pasamos a su sala y me mostró su vida. Me dijo vivir sola, sin pareja. Me dijo trabajar en una escuela, sirviendo desnuda de modelo a estudiantes artistas. Nada le pregunté, ni de donde era, ni porqué estaba allí. Me interesé en sus textos y me entregó un montón de hojas sueltas con borrones y la mayor parte de ellas sin titulo y desde luego, siempre sin fechar.

Con naturalidad me dijo, si no temes, podemos revisar en ese cuarto donde mi blanda cama lo podrá hacer bien de un escritorio. En efecto, abrimos los papeles y uno a uno los fuimos descubriendo poco a poco y regando sobre los edredones de color. En verdad me gustaron sus ideas, eran temas de los que acaso yo nunca me había ocupado, quizá por no estar lejos de mis seres o talvez por nunca estar en condición de refugiado y acaso por no vivir de cerca la violencia ni la intolerancia.

Cuando por fin, después de muchas horas saldamos la tarea, la claridad de la mañana se acercaba. En ese tiempo amanece y hay neblina dando la sensación real de intenso frío. Me dijo: Creo que acabamos de pasar nuestra  primera noche juntos.  Siempre lo soñé así y nunca me había ocurrido, si te quieres quedar aquí conmigo hasta mañana o hasta siempre, echemos a la alfombra los papeles o durmamos los dos con todos ellos.

Entonces la observé: era bonita. Los ojos de café tendían a verdes. Las piernas inusualmente largas y fuertes y un bello cuerpo esculpido en canela.  Se acurrucó muy junto a mí dando la espalda y en la comba que le ofrecía mi cuerpo, se me incrustó y embonamos exacto, como si hubiésemos sido diseñados para formar esa escultura doble y viviente. Después todo pasó, hasta incluido el tiempo.

Entonces comprobé que Aissa tenía, como decimos en el trópico: ‘nalga de bola’ pero su piel de lumbre!
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 Londres 2005


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